¡Aceptando la voluntad de Dios!





¡Aceptando la voluntad de Dios!
Por David Wilkerson
30 de noviembre de 1992
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Cada verdadero seguidor de Jesucristo dice que quiere hacer la voluntad de Dios. Pero la mayoría de los cristianos piensan que la voluntad de Dios es algo que se le impone – algo de mal gusto y difícil, lo cual están obligados a hacer.

Yo creo que la perfecta voluntad de Dios es un asunto de gran importancia para todos aquellos que dicen amar al Señor. Y existe una vasta diferencia entre someterse a la voluntad de Dios y aceptar su voluntad.

Someterse significa “sujetarse a” o “rendirse a condiciones impuestas.” A menudo, uno piensa en someterse en términos de castigo o disciplina. Por ejemplo, el gobierno de Irak fue obligado a someterse a condiciones de castigo por las Naciones Unidas. Los iraquíes no aceptaron esta disciplina impuesta – más bien, se sometieron a ella.

Tristemente, muchos cristianos ven la voluntad de Dios de esta manera. Se imaginan a Dios como demandando que se rindan a un grupo de reglas y condiciones: “¡Hazlo a mi manera, o te desamparo!”

¡Cuan equivocados están! Cuan diferente de nuestro hermoso Salvador es esta manera de pensar. ¡Lo cierto es, cuando un creyente conoce la gloria de hacer la perfecta voluntad del Señor, él la aceptara con gozo y esperanza! Aceptar significa, “tomar, como en los brazos” – presionar a tu pecho como en una expresión de amor y afecto. Sin embargo, el triste hecho es, muy pocos cristianos aceptan la perfecta voluntad de Dios.

Quizás estés pensando, “La perfecta voluntad de Dios me ha pasado por alto. Mi vida es una casualidad – no tiene forma ni orden.” ¡No! Puedes estar seguro que Dios tiene un plan y voluntad absoluta y perfecta para cada uno de sus hijos. El no deja ninguna vida a la casualidad. De hecho, él quiere ordenar cada uno de tus pasos todos los días de tu vida aquí en la tierra. ¡Y él desea que tú entres en su plan y voluntad para ti hoy!

La hermosa voluntad de Dios no es solamente para ministros o santos profundamente espirituales, sino para todos sus hijos. El Nuevo Testamento nos exhorta: “para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las pasiones humanas, sino conforme a la voluntad de Dios.” (1 Pedro 4:2). “os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él…” (Hebreos 13:21).

Los apóstoles tuvieron un solo deseo para todas las iglesias – que cada miembro supiera la voluntad perfecta de Dios para sus vidas y la aceptara. Pablo escribió acerca de un hermano llamado Epafras: “el cual es uno de vosotros, siervo de Cristo. …Él siempre ruega encarecidamente por vosotros en sus oraciones, para que estéis firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere.” (Colosenses 4:12). Epafras sabía que Dios tenía una voluntad especial para cada uno en la congregación. Y él sabia que si ellos entraban en la voluntad del Señor, encontrarían gozo, éxtasis y cada una de sus necesidades suplidas.

Es muy fácil para cualquiera decir, “¡Si, yo quiero la perfecta voluntad de Dios en mi vida!” Pero lo cierto es, que ningún creyente entra a su voluntad sin una gran lucha. La perfecta voluntad de Dios es aceptada o abrazada solo en Getsemaní – y Jesús nos dio el ejemplo.








¡Simplemente no puedes aceptar la voluntad
de Dios hasta que mueras a toda voluntad propia!


Fue profetizado de Jesús desde el principio que él vendría a la tierra por un propósito eterno: a cumplir la voluntad del Padre. “He aquí, vengo, Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí” (Hebreos 10:7).

Cristo le dijo a sus discípulos: “… porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me envió.” (Juan 5:30). “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió y que acabe su obra.” (4:34). “He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.” (6:38).

No hubo un momento en la vida de Jesús cuando el no estaba consciente que su propósito en la tierra era hacer la voluntad del Padre. Esto debe ser cierto de nosotros también – que en cada hora del día busquemos hacer su voluntad. El hecho es, que ya no nos pertenecemos; fuimos comprados con un precio. ¡Y como Jesús, fuimos creados para hacer la perfecta voluntad del Padre!

Pero, no importa cuan espiritual seas o cuanto tiempo hayas caminado con Jesús, llegara un tiempo cuando tengas que decidir una vez por todas cual voluntad prevalecerá en tu vida: la tuya – o la del Padre. Jesús tuvo que enfrentar esa hora. Él sabía que tenía un llamado eterno y divino. Pero el también era humano - ¡y fue probado grandemente!

Cuando llego esa hora para Cristo, él vio ante sí el doloroso precio de aceptar la perfecta voluntad del Padre. Significaba caminar directamente a las mandíbulas de la muerte – a un dolor indescriptible y desconocido – y el se puso “Mi alma está muy triste, hasta la muerte;” (Mateo 26:38). “Lleno de angustia… y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.” (Lucas 22:44). ¡La misma carne de Jesús comenzó a temblar!

Pero cuando el se levanto de esa lucha, su alma fue inundada de éxtasis. Había algo en el de gloria eterna – porque algo fue arreglado: ¡Su propia voluntad quedó muerta para siempre!

Nuestro Señor fue a la Cruz con pleno gozo – porque el ya estaba muerto. Él murió a todo lo que era su humanidad. Y él pudo decir, “Padre, no vino aquí a vivir una vida fácil. Vine a entregarme para ti. Ahora enfrento el precio - ¡y lo acepto!”

Jesús se aferró a la voluntad del Padre con un afecto que lo levanto por encima de todos los sufrimientos que le esperaban. Ningún hombre o demonio lo podía tocar. ¡Y ahora el anticipaba ansiosamente la gloria que seria de su Padre!




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